LUNES, 4 DE OCTUBRE DE 2010
CULTURA › UNA CHARLA CON PAOLO ZANOTTI, AUTOR DEL NOTABLE LIBRO GAY
“Yo no creo en la existencia de una literatura gay totalmente independiente de la literatura en general”, dice Zanotti, cuyo libro tiene el mérito de no encasillarse en simplificaciones ni en la tediosa corrección política.
Por Facundo García
Se habla de la homosexualidad con la misma insistencia con que se la oculta. Los retrógrados siguen confiando en los poderes mágicos de su propia indignación, en la esperanza de que “los degenerados” vuelvan al placard por designio divino. Desde la vereda de enfrente, la racionalidad se enlaza con cierta tendencia a la idealización; y en el campo académico los estudios queer vienen dando cuenta de esas contradicciones. Por ese tablero de piezas en pleno movimiento se interna el libro Gay, de Paolo Zanotti (Fondo de Cultura Económica), que tiene el mérito de no encasillarse en simplificaciones ni en la tediosa corrección política. Y no porque se sitúe en una supuesta “objetividad”: el autor no tiene miedo de opinar sobre temas espinosos y va trazando, con una prosa que no opone el rigor a la elegancia, la posible historia sociocultural de una de las minorías que está en el centro de la escena contemporánea.
La pluma y la palabra
En julio, el Parlamento argentino aprobó una nueva legislación que admite el casamiento entre personas del mismo sexo. Más allá del legítimo reclamo a ser tratados con igualdad ante la ley, ¿cuánto influyó en el cambio el hecho de que los gays se estén estabilizando como estereotipos del consumidor ideal? “No creo que haya influido particularmente”, levanta el guante Zanotti. “O mejor dicho, influyó sólo en el sentido de que los mercados atractivos tienen más chances de ser oídos dentro de este sistema. Ciertamente no es un fenómeno nuevo. El auge de la contracultura juvenil y del feminismo –la única revolución que realmente logró hacer algo que trascendiera los ’60 y los ’70– estuvieron acompañados por la identificación de las mujeres y los jóvenes como un mercado fuerte, mucho mayor incluso que el formado por los hombres adultos.”
–Y la pareja gay es el paraíso de los vendedores...
–Es cierto que en muchos países los gays se han identificado como un mercado rico, en la presunción de que una pareja así está compuesta, teóricamente, por dos trabajadores sin hijos, por lo que pueden gastar más. No siempre es así: en las últimas semanas las estadísticas italianas han demostrado que los gay declarados ganan en promedio menos que los heterosexuales. Otro tanto sufren las mujeres. En términos más generales, diría que antes de obtener sus derechos, los gays necesitaron superar el ocultamiendo y la marginación. Y a medida que emergían, el mercado tomó nota.
En su investigación, Zanotti cuenta que uno de los que intuyeron el cambio fue Karl Marx, aunque aparentemente ni él ni su amigo Engels hubieran estado muy a gusto en una marcha del Orgullo. En 1869, el pensador que acababa de publicar El Capital encontró un panfleto en defensa de la homosexualidad. Se lo reenvió a su camarada, no por tirarle una indirecta sino porque el texto le pareció curioso. El 22 de junio, un alarmado Engels respondió por carta. “Los pederastas –avisó– comienzan a ser numerosos y se están dando cuenta de que son una potencia dentro del Estado. Lo único que les faltaba era una organización, pero parece que dicha organización ya existe en secreto. Y entre ellos se cuentan tantos hombres importantes de los viejos partidos e incluso de los nuevos que su victoria es inevitable (...) Es una suerte que seamos demasiado viejos para tener que pagar un tributo corporal...”
Poco se ha escrito sobre el destino que corrieron los glúteos de aquellos patriarcas de la izquierda. Lo seguro es que el divague de Engels sonaría ridículo en boca de cualquier progre actual. Sin embargo, el terror a una conspiración promiscua mantiene una espantosa vigencia. Hágase la prueba de comentar en una charla de café que entre los mineros chilenos atrapados hay un gay, y se deslizarán al instante cuatro o cinco hipótesis que serían divertidas si no fuera porque parten de un prejuicio que sume en la marginación a millones de seres humanos.
–A pesar de los obstáculos, el activismo viene inclinando la balanza en favor del respeto por las diferencias. Eso trajo aparejado, entre otros fenómenos, el auge de productos específicamente diseñados para gays. El hecho de convertirse en un target para el marketing, ¿no implica un encarcelamiento de la identidad dentro de la prisión capitalista, en la medida en que ser gay ha comenzado a significar también cumplir con determinadas pautas de consumo?
–En la etapa temprana de “aceptación de la diversidad”, no veo que tenga nada de malo el desarrollo de un mercado gay que se base en la utilidad y no en una definición esencialista de la identidad. Tomemos el caso de la literatura. Yo no creo en la existencia de una literatura gay totalmente independiente de la literatura en general. Pero sin duda, al menos en ciertos períodos históricos, y para un público de jóvenes todavía en busca de sí mismos, la disponibilidad de libros “para ellos” es útil. De lo contrario, muchas de estas personas quedan condenadas a vivir en un mundo que nunca –ni siquiera cuando los discrimina– tiene en cuenta su existencia.
–Pero en algún momento esta identificación entre identidad y pautas de consumo se vuelve problemática...
–El inconveniente viene después, cuando la identidad se hace coincidir con la apariencia y los hábitos de consumo. No sé si hay mucho margen para evitar eso: las minorías tienden a tener menos variedad debido a su necesidad de unirse y reconocerse en esa unión. Dicho esto, tampoco es cierto que pertenecer a la mayoría permita automáticamente acceder a una mayor variedad de estilos de vida para elegir. Basta ser un poco observador para darse cuenta de que las parejas heterosexuales suelen ser más homogéneas (especialmente en lo que respecta al origen social de sus integrantes) que las parejas homosexuales.
De Platón a Marlene Dietrich, sin olvidar a los dandies decimonónicos ni a Manuel Puig, Zanotti traza una historia que –a causa del silenciamiento que padecieron sus protagonistas– tiende a ser incompleta. Así el lector se entera de que las primeras subculturas homo modernas aparecieron en Londres y Amsterdam, donde había casas en las que los hombres se llamaban entre sí con apodos femeninos y escenificaban bodas ficticias; repasa la resistencia de las lesbianas y descubre a personajes como Charles de Beaumont –”el Casanova del travestismo”–, que cosechó andanzas de a docenas como espía y como amante. Capítulo a capítulo, la multiplicación de perspectivas le da espesor al análisis y deja entrar las paradojas. Es llamativo, sin ir más lejos, que un movimiento que dio pensadores tan radicales como Pier Paolo Pasolini arranque el milenio aglutinándose alrededor del sueño de casarse.
–El casamiento gay, ¿no significa una “tregua” hacia los valores burgueses?
–Cuando estaba terminando de presentar este libro en Madrid, un hombre del público, viejo gay él, me gritó que él no iba a perder el derecho a ser “maricón” en lugar de “gay”, y que la idea del matrimonio le daba escalofríos. De hecho, en términos de cierta tradición, pero también en términos de cierta vanguardia de los años setenta –cuando ser homosexual era un posible camino de combate a la familia burguesa–, el matrimonio gay es interpretable como un fracaso. Lo que ocurre es que no se puede hacer la revolución en la piel de los demás. En otras palabras, no se les puede pedir a otros que asuman la carga de la diversidad. Vivir a contracorriente puede ser bueno si uno cree que tiene valor, pero sólo se le puede pedir a la gente muy fuerte (o muy rica o muy famosa, que sabemos que en esta coyuntura es más o menos lo mismo).
–Igual el cambio en la legislación tiende a percibirse como progresista...
–Creo que, independientemente de si uno quiere casarse o no, el matrimonio entre personas del mismo sexo es importante por una razón sobre todo simbólica. Desde la perspectiva de una pareja, no ser reconocidos por la sociedad es un peso que afecta a la estabilidad. De ahí que no me parezca razonable negar el matrimonio, o por lo menos una forma de unión civil como el PACS francés (en Italia no tenemos ninguna de esas cosas, ni siquiera las uniones civiles para heterosexuales). Dado que el gay es un ciudadano que paga impuestos como cualquier otro, tiene el derecho a formalizar sus lazos emocionales como cualquiera. Porque además el matrimonio no es económicamente neutro. Y eso por no meternos con el derecho hereditario.
Destapes del mañana
–Da la impresión de que la homosexualidad va camino a ser reconocida como una opción más dentro del abanico de elecciones vitales. ¿Cuál cree que será el próximo paso? ¿Cuáles son los grupos o identidades que falta liberar?
–Bueno, pareciera que la fragmentación no tiene fin. Está claro que la identidad es una cosa extraña. ¿Existe, en sí misma, la identidad? A menudo se recurre a ella por razones tácticas, para acoplar los propios reclamos en torno de un grupo. En efecto, en las últimas décadas se tiende a pensar en cualquier nivel sólo en esos términos: podemos hablar únicamente como representantes de una identidad (sexual, racial, religiosa, etcétera); y mejor si somos oprimidos a causa de ella. Es difícil encontrar palabras de un portavoz “externo” a la identidad.
–Cada quien habla desde su rótulo... y las banderas más abarcadoras quedan en el suelo.
–Sería bueno liberarnos de eso, comprobar que las diferencias son infinitas asumiendo que el hecho de ser todos diferentes nos iguala. Pero están las situaciones reales, porque no es cierto que la práctica de nuestra diversidad sea neutra. Puedo pensar en que llegará el día en que el ser gay o heterosexual será igual a tener el pelo negro o claro. Hoy no se da: ser gay puede ser peligroso, por lo que los debates sobre identidad sexual se fortalecerán, por más que sólo sea –repito– por razones tácticas. El próximo frente es sin duda la transexualidad, que antes se metía en el mismo saco de la homosexualidad. Y más tarde será la cuestión de la bisexualidad. Ese es un territorio distinto, porque podemos ver que una vez formada una pareja estable, en cierta medida, sus integrantes abandonan la bisexualidad (al menos transitoriamente). Yo diría que las personas bisexuales siguen siendo mal vistas incluso por los homosexuales, que tienden a considerar que están ante gays o lesbianas que se avergüenzan de sí mismos. Esta acusación es típica de la lógica de nuestros tiempos: la desconfianza hacia aquellos que no tienen identidad “pura”.
El especialista sostiene que la defensa gay no debe deslindarse del contexto. Un mensaje que captó proféticamente el Frente de Liberación Homosexual que acunó por aquí el gran Néstor Perlongher. ¿Cuáles son los “eslabones intermedios” para catapultarse desde la afirmación sectorial a la búsqueda de una sociedad más justa económica, política y socialmente? “Se trata de un problema general de la política, que se suscitó tras el fin de las grandes ideologías. Entonces ese lugar quedó para la defensa de causas ‘locales’ y ‘específicas’”, esboza Zanotti, para subrayar luego que deben hacerse dos observaciones antes de desestimar esas reivindicaciones “micro”: la primera es que las grandes ideologías a menudo ignoraron los derechos civiles, lo que explica su protagonismo tardío. La segunda es que apostar a que se abandone la lucha dentro de la lógica de las “especificidades” demandaría un esfuerzo sobrehumano, ya que junto con las grandes ideologías cayeron las formas más amplias de identificación. “Lo ideal –engloba el entrevistado– sería que se luche por identidades ‘específicas’ y que las personas que se formen ahí pasen paulatinamente a otra instancia. Sería agradable ver (en algún lugar existe, aunque no en Italia), políticos no gays apoyar a los gays, y políticos gays que se consideraran políticos y aparte de eso gays.”
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